lunes, 9 de agosto de 2010

Trascender.

En cada palabra, en cada miga de pan que se deja, marcando la huella de un origen al que no hay vuelta atrás. Trascenderle en una sonrisa, en una imagen que se le tatúe en la piel y lo deje estaqueado segundos, librándolo a un conjunto de asociaciones de ideas que en cuestión de una milésima de silencio puede conquistar su cerebro y tomarlo cual imperio. Marcar el terreno de potencial anclaje desde una mirada, morderlo desde las antípodas, guardarme el as bajo la manga para sacarlo cuando haya riesgo de intrascendencia. Competencia de hombros para ver cual seduce primero, revoloteo de ojos y carcajadas tiradas espasmódicamente entre un chirrido de dientes y un apretujón de labios que indican un solo destino. Preparar la mesa que tiene como cena un caldo de futuras anécdotas. Domingo risueño de recuerdos de plazo corto que extienden la comisura para convertirla en sonrisa que legitima. Misma pasión que se frie en una sarten de incertidumbres. Vivir pendiendo de un hilo que se mueve entre las posibilidades de teclas que puede tener un piano. Trascender el espacio cedido desde un inicio, atravesar los primeros encuentros casuales para pasar a pactar complicidad. Momentos de confesiones de estrategias, de mensajes que se develan, de traducción de miradas, de torpeza de acciones que en su seguidilla anuncia el paso en falso que nos deja vulnerables, acostados en un limbo que no deja de arañarnos. Espacio de convergencia de multiplicidad de disfraces, desde la encarnacion de la soberbia hasta la embriaguez de la idiotez.
Trascender el lugar de "yapa", la trasnoche y la languidez. Acercarnos a las frazadas, a la aceptación de un vaso de jugo, a la propuesta de un par de peliculas, a mirar por la ventana, a la custodia de un resfrio, a la puerta que quedó abierta.

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