jueves, 21 de octubre de 2010

Yo los vi.


De pasos anchos y calmos, ellos, ella y él, caminan adelante mio.Vaya a saber uno cuántos años hace que están de la mano, las canas y los pies seguros, pero cansados ,denotan una buena cantidad de mañanas sin despertador, otra buena cantidad de partidos de chinchón, atraviesan un sinúmero de fotos familiares y el cartón lleno de una lotería. Una lotería que no se acaba en la saciedad de terminar un paquete de bizcochitos, ni al terminar el arroz con leche de postre. Postre que no espera la frutilla de la torta porque ya están llenos. Llenos de magia, en su archipiélago indestructible, todavia se rien. Rien de los chistes que ya no causarian gracia, se escabullen en detalles de anécdotas que impactan como la primera vez. La primera vez que durmieron juntos no podian imaginar que terminarían jugando juego de manos sin ser villanos. Ella no se bajaba de sus tacos para alcanzar sin escalera los besos de él, perfumado. Primero un helado, después la entrada al cine, otro día un picnic, alguna que otra flor robada, la nostalgia del calesitero y una ronda de vino rojo sin tapujos. Quizá no haya sido solo culpa del tango, pero han bailado apretados. Bailaron en el tren a Mar del Plata, en los dibujos de valijas, en las salas de espera, en las casas de vecinos, en los pasillos ocultos del barrio, en las pistas de un living. Todos los programas de televisión los vieron sentados, a ella le enseñaron a cocinar y a él le regalaron goles de media cancha para no olvidar que las cuerdas vocales también existen. Difundieron ferias, bares, tostados perfectos y café con leche y espuma que ya no están. La moda les rebota, los toca y pega media vuelta. ¿Cómo convencer a los lunares blancos sobre el vestido azul que el marrón suela se quiere entrometer? Los gustos se les fueron esfumando, se adaptaron a los dientes y al cuerpo exhausto. Pero las manos con manchas perciben la presencia del otro, los silencios mantienen conversaciones profundas y los ojos se rien de las cejas peladas. Las arrugas esconden sus caras infantiles y trasladan en mochilas a la próxima generación.
Existen, Wilfredo y su marida, existen. Yo los vi.

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